Lecciones de la Historia Naval

La Primera Generación de Marinos de Guerra en Blindados

CAPITÁN DE NAVÍO JUAN CARLOS LLOSA PAZOS

SETIEMBRE 2021 | REVISTA DE MARINA | N° 1-2021

RESUMEN:

El autor analiza la relación de los llamados Cuatro Ases, Lizardo Montero, Miguel Grau, Aurelio García y García, y Manuel Villar Olivera, desde sus tiempos de Guardiamarinas, como comandantes de los principales buques de la Marina en el siglo XIX, el Huáscar, la Independencia, la Unión y la América.

Introducción:

En la carrera de las armas suelen surgir grandes amistades generacionales que se inician en aulas de la Academia (muchas veces a poco de haber dejado la pubertad) y que duran para toda la vida. En ella, el compañerismo, la camaradería y el espíritu de cuerpo se ven alimentados con las vivencias profesionales, lo que incluye acontecimientos relevantes y hasta críticos en la historia de los países. Para ponerle título a este artículo he tomado como referencia el artículo “La primera generación naval de posguerra” del gran historiador naval peruano Capitán de Fragata Fernando Romero Pintado, quien llamó así a un grupo de Marinos nacidos entre 1884 y 1892, y que ingresaron a la Marina de Guerra del Perú en los primeros años de la siguiente centuria. Destacaron entre ellos Tomás Pizarro Rojas, Carlos Rotalde Gonzáles del Valle, Federico Díaz Dulanto, Héctor Mercado, Grimaldo Bravo Arenas y Roque Saldías.

De las muchísimas generaciones de Oficiales de Marina de nuestra bicentenaria Armada independiente, se distinguieron por encima de las demás la de los nacidos entre 1830 y 18341 , cuyos integrantes ingresaron a la Institución alrededor de 20 años después. Esta generación jugó un rol preponderante en la Marina en la segunda mitad del siglo XIX, así como en la vida nacional. Sus más conspicuos miembros nacerían en este orden: Camilo Carrillo, Amaro Tizón, Lizardo Montero, Germán Astete, Juan Guillermo More, Manuel Ferreyros, Miguel Grau, Mariano Jurado de los Reyes, Aurelio García y García. Todos los mencionados, a excepción de Jurado de los Reyes (que se inmoló siendo Comandante de la corbeta América, cuando el maremoto de 1868 en Arica), alcanzaron pronto el grado de Capitán de Navío, el cual en su época (en realidad por todo el siglo XIX y bien entrado el XX) era considerada la más alta jerarquía por línea de carrera, ya que solo en casos excepcionales se ascendía a Contralmirante.

Constituía casi una regla en la Armada del Perú en la segunda mitad del siglo XIX que hubiese un único oficial con el grado de Contralmirante en servicio activo. Esta regla sería exceptuada por acción de armas distinguida, como fue el caso de Lizardo Montero en 1875 y de Miguel Grau en 1879. Con Aurelio García y García, el ascenso a Contralmirante se concretaría en plena guerra con Chile, como también fue el caso del anciano y prestigioso Capitán de Navío Manuel Villar Olivera (1809- 1889). Ambos líderes navales alcanzaron el almirantazgo en el mismo año (1881).

Y entre vientos y velas, revoluciones e interregnos mercantes, aquella generación asiste a su primera guerra internacional, cuando el Perú se enfrenta, junto con Ecuador y Chile, a España (1865-1866). Para ese entonces, la que podríamos llamar la “primera generación de marinos de guerra en blindados”, a pesar de su juventud (frisaban los 33 años) estaba ya compuesta por reconocidos líderes navales.

Tras las operaciones y los combates, cuatro de ellos se distinguirían del resto: Lizardo, Manuel, Miguel y Aurelio. Para 1866 ya eran Capitanes de Fragata, a excepción de Lizardo, que había alcanzado el grado Capitán de Navío en 1865 al secundar al Coronel de Guardias Nacionales, Mariano Ignacio Prado, en su revolución contra el Presidente Constitucional, General de División Juan Antonio Pezet. Lizardo había sido designado Comandante General de la Escuadra restauradora del honor nacional, mancillado por el tratado Vivanco-Pareja, tal como lo entendía buena parte de la población peruana de aquellos tiempos.

Hacia mediados de ese año, aquellos marinos se hallaban en Valparaíso como integrantes de la División Naval Peruana que había contribuido decisivamente a expulsar a la escuadra española del Capitán de Navío Casto Menéndez Núñez de las aguas del Mar del Sur. Los cuatro comandaban las recién adquiridas y mejores unidades de combate con que contaba la Marina de Guerra del Perú, la más poderosa del Pacífico sur. Lizardo comandaba el monitor Huáscar; Manuel, la corbeta América; Miguel, la corbeta Unión; y Aurelio, la fragata blindada Independencia.

En estas circunstancias, el Presidente Prado concibió el singular y descomedido proyecto –por decir lo menos– de organizar una expedición naval para libertar las islas Filipinas del poder español. Como señala Guillermo Thorndike en su monumental saga sobre la vida de Grau, poco antes de que Lizardo Montero partiese a Chile para incorporarse al poder naval peruano ahí surto, se reúne con el Presidente Prado, quien le dice: “Los buques aliados –peruanos y chilenos– irían a Filipinas, persiguiendo a Berenguela y Numancia, no solo para rendirlas sino con el fin de precipitar la independencia de las islas”4. Después del 2 de mayo, al Coronel Prado lo habían puesto en el pedestal de los libertadores y, alentado por diversidad de aventureros y aduladores, prestaba su consideración a cualquier proyecto que apareciera iluminado por ideas del sistema republicano y de la independencia.

Resultaba sorprendente que un Presidente al frente de un país con muchos problemas internos que resolver se creyese en la capacidad de derrotar en ultramar a un imperio, que, aunque en decadencia y pese a sus fracasos estrepitosos en el Pacífico sur, aún contaba con más recursos e influencia a nivel mundial que nuestro país, que para ese entonces era visto como una excolonia anárquica asolada por caudillos militares ambiciosos sin escrúpulos, en lo que se consideraba como la periferia de la vieja Europa. Con ese antecedente, a quién podría extrañarle el viaje-fuga para adquirir armas en plena guerra que Prado realizó 13 años después, con el agravante de ser él, por autodesignación, el conductor militar en el frente. ¿Una calculada deserción –que contó con la complicidad del Congreso de la República para salir del país en plena guerra– o delirios de un psicópata?.

Como fuere, este prohijado del dios Marte quería “librar una auténtica guerra santa en remotas colonias de España y dar cumplimiento a la inconclusa libertad a la que habían dedicado sus vidas Bolívar, San Martín y Sucre”.

Concebida la maniobra estratégica, Prado decide poner al frente de ella al Comodoro norteamericano John Tucker, a quien contrata a través de su agente en Estados Unidos, Federico Barreda, para comandar la Escuadra Peruana. Esta decisión desencadenaría la llamada cuestión Tucker, cuyo episodio más sonado fue el juicio por insubordinación, deserción y traición a la Patria, que tuvo lugar en febrero de 1867, en el Callao, contra un grupo de resueltos y dignos marinos, encabezados por los llamados Cuatro Ases de la Marina.

Quienes poco a poco se habían batido con éxito contra una potencia marítima mediana como la española, y que además comandaban por mérito propio los buques más modernos y poderosos de esta parte del continente, no podían de ninguna manera aceptar tal despropósito, lo cual constituía hasta una afrenta a sus jerarquías. Resultaba inverosímil que una Fuerza Naval victoriosa, en ascenso, con jefes competentes, se pusiese bajo las órdenes de un extranjero, por muy capaz que este fuese. Ello sin considerar que Tucker había formado parte de los confederados en la Guerra de Secesión, es decir, del bando perdedor.

El 20 de junio de 1866 el Coronel Prado escribió a Montero, a bordo del Huáscar, para comunicarle que, de acuerdo con los planes trazados, Tucker reemplazaría a Blanco Encalada en el Comando de la Escuadra aliada. Seis días después el jefe supremo envió notas personales a los comandantes de Montero, Aurelio García y García de la Independencia, Manuel Ferreyros de la América y Miguel Grau de la Unión. Dirigiéndose a ellos como “estimados amigos”, el Coronel les decía que el virginiano sería el segundo jefe de la Escuadra aliada y sucedería a Blanco si ese oficial renunciaba. Implícitamente, las cartas decían que Tucker suplantaría a Montero en el mando de la división peruana.

Como era de esperarse, los Comandantes peruanos no aceptaron tal desaire a sus bien ganados prestigios profesionales, al haber jefes navales antiguos de mucha reputación como el Contralmirante Francisco Forcelledo o el Capitán de Navío Antonio de la Haza, para comandar tan descabellada expedición, así como lo era el Almirante español Luis Hernández-Pinzón.

Como señala el historiador norteamericano y biógrafo de Tucker, David Werlich:

Seis días después, Montero y sus comandantes respondieron las comunicaciones informales de Prado con cartas que se cruzaron en el camino con Tucker, quien se dirigía al sur a bordo del vapor correo Paita. García y García censuraban el nombramiento de un “pro esclavista y rebelde desconocido” que ni siquiera sabía hablar español e instaba al jefe supremo a reconsiderar su decisión. Le decía que Tucker jamás sería aceptado por los oficiales peruanos. Exaltado, Montero respondió que él y todos sus subordinados “rechazamos con indignación el nombramiento de ese Mr. Tucker” y preguntaba en forma retorica si el Coronel Prado aceptaría a un “general extranjero y aventurero” para comandar su Ejército. Luego sugería que el Jefe Supremo sería el primero en rechazar tal idea. Proclamando su patriotismo y su lealtad al régimen, Montero aseguraba que estaba dispuesto a defender al Perú “en una lancha, en cualquier bote, pero jamás a orden de un suizo”, o, en otras palabras, un mercenario. Juraba que los “buques de la alianza no pasaran a control de Tucker”.

Ante la insistencia del Gobierno de Lima, para que Tucker ocupase el puesto de Comandante General de Escuadra peruana, los cuatro Marinos presentaron su renuncia al comando de sus buques. Los secundaron muchos de sus subordinados.

Esta manera de actuar, por demás principista y valiente, se ha repetido en nuestra Marina en no pocas oportunidades. Citaré dos ejemplos. En 1937, el Gobierno del General de División Óscar R. Benavides decide enviar la Escuadra Nacional a Talcahuano (Chile), donde nuestros buques de guerra, incluido los submarinos, debían efectuar sus carenas y otros trabajos en dique seco a falta de uno en nuestro país. Ante esta situación, el Comandante General de la Escuadra, el entonces Capitán de Navío Carlos Rotalde, cuyo padre, el médico Felipe Rotalde, había combatido en Angamos a bordo del monitor Huáscar y luego en la defensa de Lima el 15 de enero de 1881, se opone firmemente y presenta su renuncia al cargo.

El otro hecho tuvo lugar 30 años después, el 3 de octubre de 1968, al producirse el golpe de Estado contra el Presidente Fernando Belaunde Terry, el Comandante General de la Marina, Vicealmirante Mario Castro de Mendoza, no acepta la ruptura del orden constitucional. Luego, tras reunirse en Chorrillos con el General Velasco, lo increpa por haber quebrado el orden constitucional. En un primer momento se niega a que la Marina participe en un Gobierno usurpador, pero al no lograr consenso interno, dado lo difícil que resultaba que la Institución se mantuviese al margen de un Gobierno militar ya instalado, el Vicealmirante Castro de Mendoza presenta su pase al retiro.

Tan decidido estaba Prado de llevar a cabo su arriesgada y poco realista operación naval a ultramar, que envió al archipiélago de Filipinas al entonces Capitán de Fragata Enrique Carreño Gasso t(1827-1886), con la misión de obtener información para desarrollar el planeamiento de la expedición que el dictador pretendía enviar ahí, tal como lo señalan los historiadores Alicia Castañeda y Jorge Ortiz Sotelo. Esta poco conocida y accidenta misión puede considerarse como una de las más antiguas operaciones de inteligencia de las que se tenga conocimiento en nuestro país. Delatado por un chileno apellidado Dublé, el Comandante Carreño fue tomado preso y permaneció en esa condición por 10 meses en los calabozos de la real ciudadela de Santiago de Manila (2006). En efecto, en junio de 1867 fue reincorporado a la Armada y se le encomendó una delicada misión. Bajo la apariencia de comerciante colombiano, viajó a Manila para reunir inteligencia sobre las defensas españolas, pero su misión fue descubierta y estuvo a punto de ser ejecutado por espía. Luego de seis meses de encarcelamiento fue canjeado como prisionero de guerra.

Volviendo a Valparaíso, don Manuel Pardo y Lavalle, uno de los más cercanos colaboradores de Prado, llega al primer puerto de Chile con el encargo de resolver el impase. Luego de sostener conversaciones con el futuro fundador del Partido Civil y Presidente del Perú, los marinos, indignados y heridos en el amor propio, acuerdan con él partir al Callao, dada la promesa del enviado especial de que no habría represalia alguna contra ellos. Es muy probable que en aquellas reuniones se halle el germen de la trascendental participación que tuvieron los líderes navales que pertenecieron a la primera generación de marinos en blindados, en la formación y primeros tiempos del Partido Civil, como veremos más adelante.

Lo cierto es que nuestros Marinos serían engañados por el Presidente Prado, ya que al llegar a nuestro primer puerto se les declara reos y son sometidos a juicio. Este tendría lugar en febrero de 1867, precisamente un año después de la victoria de la Fuerza Naval peruana en el Combate de Abtao.

De ahí que Miguel, vencedor de Abtao, y los otros marinos, fuesen encausados de manera ruin e injusta por meros cálculos políticos subalternos, como más de un siglo después también lo serían los heroicos comandos Chavín de Huantar. Tras seis meses de prisión en la isla San Lorenzo, la mayor parte transcurridos en el inmueble que pertenecía al ingeniero Tadeo Terry en la isla, se dio inicio a las audiencias del proceso judicial. Se instauró entonces un tribunal militar ad hoc presidido por el Benemérito Gran Mariscal del Perú Don Antonio Gutiérrez de la Fuente, y estuvo compuesto por varios Generales y un Coronel como fiscal. Pocos repararían en el hecho de que el tribunal no estuvo integrado por ningún Oficial de Marina del grado de Contralmirante o Capitán de Navío más antiguo que los procesados.

Aquello dejaba en evidencia las bajas intenciones del Gobierno, que no contó con la presión de la opinión pública en su contra, y con que los jueces harían caso a su conciencia de destacados servidores de su Patria, antes que a mezquinos juegos políticos. Por ironía del destino, Miguel comparecía frente a un tribunal que presidia el Gran Mariscal que había sido jefe de su padre en las guerras por la independencia, y con quien trabó fecunda amistad. Fue don Antonio Gutiérrez de la Fuente el que recomendó a la Marina aceptar en sus filas a los experimentados marineros Enrique y Miguel, hijos de su subordinado y amigo, el Teniente Coronel Juan Manuel Grau y Berrío. Los hermanos Grau serían incorporados a la Marina de Guerra del Perú como Guardiamarinas en 1854.

El juicio tuvo mucho eco en la prensa y en cuanta tertulia hubo en calles y plazas. Los alegatos de los abogados defensores, principalmente de los Cuatro Ases, fueron transcritos en los periódicos limeños. Muchos publicaron sus opiniones en defensa de los marinos y destacaron unas notas publicadas con el nombre de “La Sombra de Noel”, muy probablemente redactados por Marinos en servicio activo, ocultos con ese seudónimo para evitar las represalias del dictador contra ellos y sus familias. Se hizo notorio que la opinión pública estuviese con los héroes y defensores de la dignidad nacional, en una época en que el nacionalismo estaba en su mayor efervescencia. Como era previsible, fueron declarados inocentes, lo que significó un revés político para Prado, con no muy buenos augurios para él y su proyecto “libertario”.

De esos días provendría la célebre fotografía en grupo que dio origen a la leyenda de los Cuatro Ases. Lo más probable es que esto haya sucedido entre su salida de San Lorenzo con permiso para ver a sus familias y el inicio de las audiencias. Los cuatro amigos decidieron inmortalizar el momento y visitaron el estudio fotográfico Courret, el más solicitado en Lima, para retratarse juntos.

Hay quienes piensan, con mucha lógica, que la denominación de Cuatro Ases tiene un origen muy posterior a la desaparición de los notables Marinos, ya que más bien los primeros en ser llamados así serían los pilotos de combate de la primera guerra militar, los llamados ases de la Aviación militar, como el célebre Barón Rojo, as de ases.

Sin embargo, este sobrenombre también podría haber surgido de los juegos de cartas, y específicamente de los ases de las barajas, si consideramos que con uno o varios de ellos se obtiene el triunfo en los juegos de póker o de rocambor. Este último juego de mesa era el favorito en los días de la cuestión Tucker.

El rocambor o tresillo fue muy popular en los salones limeños de los siglos XVIII y XIX. Usaba la baraja española en la que se reparten en cuatro palos, copas, oros, espadas y bastos. En esa baraja hay cuatro ases, representados por el número uno. Cuatro ases puestos en mesa significa victoria segura. Es decir, alguien en un acalorado juego pudo anunciar su jugada vencedora exclamando de manera determinante y retadora: “¡Aquí están mis cuatro ases!, el Huáscar, la Independencia, la Unión y la América”. Los cuatro buques principales de la Marina que comandaban Lizardo, Miguel, Aurelio y Manuel. ¿Quién o quiénes podrían ser capaces de vencer a tan poderoso cuarteto en del Pacífico sur”

Terminado el proceso judicial, el Capitán de Fragata Miguel Grau contrae matrimonio con Dolores Cabero Núñez, joven limeña de 23 años el 12 de abril de 1867. El novio acababa de pedir licencia indefinida de la Marina, para luego firmar contrato con la Pacific Steam Navegation Company como Capitán de Vapor. Los meses siguientes haría muchos viajes en cabotaje hasta el año siguiente, en que se reincorpora a la Marina. Poco después, en 1873, Miguel asciende a Capitán de Navío efectivo, a los 39 años. El Comandante Ortiz Sotelo, en su biografía sobre Grau, recoge una nota de Ella Dunbar Temple en la que la recordada historiadora afirma que el Superintendente de la Pacific –cargo al que también solía llamársele Comodoro en las compañías navieras de la época–, Jorge Petrice, le ofreció a Miguel, de regresar a la Marina Mercante más adelante, un alto puesto en la compañía, ya que lo consideraba “el jefe más distinguido, leal y caballeresco de la Marina peruana”.

Apadrinó la boda de Miguel el General de Brigada -osé Miguel Medina, figura notable de la época y futuro suegro del en ese momento Capitán de Fragata Juan Guillermo More, quien imaginamos estuvo entre los asistentes a la ceremonia. Atestiguaron el enlace matrimonial, por parte del novio, los otros tres Ases, Lizardo, Aurelio y Manuel.

Ese hecho histórico unió en el imaginario patrio para siempre a aquellos cuatro jefes navales. Poco tiempo después, junto con otros miembros de su generación, como Camilo Carrillo y Luis Germán Astete; Lizardo, Manuel, Miguel y Aurelio volvieron a hacer noticia, cuando el rechazo de la Escuadra Nacional al golpe de los hermanos Gutiérrez en 1872. Desde a bordo y a través de un manifiesto a la Nación, los oficiales navales más conspicuos se oponen al quiebre constitucional y marcan con esta acción un hito sin precedentes en la vida política peruana, tal como ha sido destacado por diversos autores. La Armada asumió un papel de defensa del orden legal frente a la ya clásica usurpación del poder.

El pronunciamiento de la Armada –el primero de su historia– sería el preludio de la importante posición que ocuparon Lizardo, Miguel y Aurelio en filas del único partido político, que en cierto sentido podría llamarse tal. Aquel fue el novedoso Partido Civil. Sobre ello, hay algunos politólogos que opinan que aquel tampoco pasaba de ser un club de amigos más, en torno a un caudillo carismático (Manuel Pardo), como solían ser los del siglo XIX en el Perú.

En virtud a ello, los cuatro Marinos se convertirían también en figuras relevantes del quehacer político del país, por su defensa a la Constitución y a la ley.

Como se puede apreciar, pasada la época de la gloria guerrera, se dio paso a la participación en la política de la primera generación de marinos en blindados, de una manera muy distinta a las de las febriles aventuras revolucionarias de sus días de alféreces. Ahora actuaban como miembros destacados del Partido Civil, una embrionaria agrupación democrática. En relación con ello, el historiador alemán Ulrich Mücke señala que, a diferencia del Ejército, la Marina incrementó su influencia en el partido en los años 70, al punto de que para 1878 la dirigencia central del Partido Civil, que tenía cinco miembros, estaba integrada por tres Marinos (2010). Eran ellos Lizardo, Aurelio y Camilo.

La aceptación de Marinos, que llegaron a ser parte de la cúpula de la organización política que se autodenominó Civil, se debió en parte a que la Armada no fue considerada peligrosa por el civilismo, sino más bien una aliada a la cual se le dio la oportunidad histórica, por primera vez, de asumir protagonismo político y no continuar a la saga del Ejército, como había ocurrido en el pasado.

Luego del juicio y de la algarabía de la boda Grau-Cabero, surgirían en los siguiente años diferencias tanto políticas como institucionales que en algún caso no tendrían vuelta atrás, en cuanto a la amistad de Miguel, as de ases, con los otros tres camaradas de su estirpe.

De Manuel José Ferreyros Serna (1833-1976) existe poco material biográfico. En realidad hace falta una biografía detallada de este notable Marino de guerra. El doctor José Agustín de la Puente y Candamo, en su biografía del Caballero de los Mares, en la que hace referencia a los amigos de Miguel, indica únicamente que Manuel estuvo presente en Abtao, como Comandante de la América, y que fue hombre de gran prestigio profesional. Por su parte, Fernando Romero dice que formó parte de la comisión presidida por el Contralmirante Ignacio Mariátegui y Tellería, que primero contrató la construcción a Gran Bretaña y luego condujo a Iquitos los vapores de 500 toneladas Pastaza y Morona. Manuel fue designado Comandante de este último. Con la llegada a Iquitos en 1864 de los vapores peruanos, nació la Fuerza Fluvial de la Amazonía de la Marina de Guerra del Perú. Ambos buques, destinados al control fluvial del Amazonas, fueron adquiridos por el Perú gracias a la visión estratégica del Gran Mariscal Castilla, a quien se puede considerar nuestro primer Almirante honorífico.

Habiendo llegado el vapor Morona al río Pará de Brasil, que une las cuencas del Amazonas y Araguaia-Tocantins en Brasil, las autoridades de ese país exigieron que el buque peruano se sometiese a su reglamentación para las embarcación mercante, un poco por la apariencia del buque, que, como dice Romero, era de un término medio entre buque de guerra y mercante. A pesar de que el buque estaba al mando por un Teniente Primero de la Marina de Guerra del Perú, las autoridades pretendieron negarle el tránsito al Morona, a lo que el Comandante hizo caso omiso y continuó hasta que fue interceptado. Por esta acción de temple y dignidad –que Manuel repetiría en 1866 tras la cuestión Tucker– en Loreto se acuñó la frase “bravo como )erreyros”, según refiere Romero. Manuel tuvo vinculación política con el Presidente Balta, quien lo hizo Ministro de Gobierno, y luego Comandante General de Marina. Murió en Puno en 1876, ya retirado del servicio activo.

A diferencia de la amistad de Manuel con Miguel, de la que existen pocas noticias incluidas las ya mencionadas, de la relación con Aurelio y con Lizardo se cuenta con mucho más información.

Al vínculo amical entre Miguel y Aurelio desde Guardiamarinas, se suma el laboral privado, ya que el Caballero de los Mares fue contratado en 1859 como Capitán de buque mercante por el hermano de Aurelio, José Antonio García y García. Miguel acababa de dejar el servicio naval tras ser parte de la fallida revolución vivanquista contra Castilla. Es de suponer que la amistad entre Miguel y Aurelio se mantuvo inalterable hasta hacia 1877. Ese año, a causa de un frustrado levantamiento contra el Gobierno constitucional de Mariano Ignacio Prado (1876-1879) que tuvo lugar en el Callao, las cosas cambiaron entre ellos. En esa asonada, le cupo a Aurelio rol protagónico. Por su parte, el futuro héroe de Angamos, que para ese entonces se desempeñaba como Comandante General de Marina, se opuso con firmeza al levantamiento. Miguel fue muy activo para impedir el triunfo de los rebeldes, libre ya para ese entonces de los impulsos levantiscos de su primera juventud. Su convicción era de firme oposición a cualquier movimiento que tuviese como propósito subvertir el orden constitucional. Las acciones de Miguel para “sostener el régimen constitucional” ante la rebelión liderada por Aurelio fueron comunicadas al Ministro de Guerra y Marina General de División Don Juan Buendía y Noriega, con oficio de fecha 5 de junio de 1877.

Aquel incidente sería el inicio del resquebrajamiento de la amistad entre ambos prestigiosos líderes navales.

Sobre este tema, sostiene el doctor Héctor López Martínez que, durante los primeros días de la Guerra con Chile, la prensa del vecino país se ocupó de quienes habían sido designados por el Gobierno peruano para comandar sus buques de guerra con la campaña naval que se inició en mayo de 1879. Uno de los periódicos sureños publicó un artículo de un ciudadano chileno llamado Rafael Vidal, quien había vivido en Lima durante varios años, y debido al desencadenamiento de las hostilidades abandona el Perú. Por supuesto que, aunque es información de interés, las apreciaciones de Vidal no pueden tomarse como fiel reflejo de la realidad, al no estar exentas de exageraciones y hasta de infundios contra los marinos peruanos, entendemos por la pasión del momento y la exacerbación de los ánimos bélicos en una y otra prensa. En efecto, El Independiente de Santiago solicitó a Rafael Vial un artículo sobre su opinión personal de nuestros más destacados jefes navales. Vidal conocía la vida política peruana y de sus más conspicuos personajes.

En el artículo en mención, el autor señalaba que era conveniente conocer al enemigo, al analizar su capacidad profesional y sus características psicológicas más saltantes. De Miguel dice lo siguiente: “El señor Grau es vigilante y severo en la disciplina, y se le tiene generalmente por bravo […] Estamos persuadidos, concluye, de que cuando se presente la ocasión el señor Grau cumplirá su deber”.

En el artículo en mención, el autor señalaba que era conveniente conocer al enemigo, al analizar su capacidad profesional y sus características psicológicas más saltantes. De Miguel dice lo siguiente: “El señor Grau es vigilante y severo en la disciplina, y se le tiene generalmente por bravo […] Estamos persuadidos, concluye, de que cuando se presente la ocasión el señor Grau cumplirá su deber”.

Esto puede verificarse en la correspondencia que publica el investigador Renzo Babilonia Fernández Baca, perteneciente al entonces Capitán de Fragata José Ezequiel Otoya Correa (1836-1882). En las masivas dirigidas al que fuese su gran amigo y segundo en el Huáscar durante la primera parte de la campaña naval de 1879, Miguel emplea duras palabras para referirse al Comandante de la Segunda División Naval. En ellas se quejaba de las maniobras de Aurelio, lo que en su concepto constituían intrigas de argollas por él promovidas, para conseguir nombramientos de comandos y dotaciones en unidades para los más allegados.

En cuanto a la relación de Miguel y Aurelio, Vidal señala que existía “una rivalidad profunda” entre ambos. Por su parte, Miguel y Lizardo se conocieron, hasta donde se sabe, cuando eran poco más que adolecentes al ingresar a la Marina. Tal vez pudieron conocerse antes en Piura, pero, como afirma el Comandante Ortiz Sotelo, no hay evidencia de ello.

Joven provinciano como Miguel, aunque, a diferencia de él, de posición acomodada, Lizardo supo relacionarse con la alta sociedad de la capital del otrora virreinato del Perú. Tal vez su cercanía a Prado hacia 1865 le abrió los salones más encumbrados de Lima. Ahí debió de conocer a Rosa Elías de la Quintana, hija de uno de los hombres más poderosos del Perú, el hacendado iqueño Domingo Elías Carbajo, quien había ejercido la Jefatura del Estado como Jefe Supremo en 1844. Lizardo y Rosa se casaron, por rara coincidencia, la misma fecha en la que, nueve años después, perdería la vida su gran amigo Miguel. En efecto, el enlace Montero-Elías tuvo lugar un 8 de octubre de 1870 en la parroquia de San Marcelo en Lima.

A diferencia de Miguel, que tuvo 10 hijos con Dolores, Lizardo y Rosa no tuvieron hijos biológicos, pero adoptaron a dos niñas que fueron sus herederas, Filomena y María Flores.

El Capitán de Fragata e ilustre historiador Teodosio Cabada Porras dice que el audaz Lizardo fue dueño de una personalidad interesante por sus arrestos valerosos, caballerescos y atrevidos.

Vehemente y diferente a su amigo íntimo Miguel –más juicioso y prudente–, imaginamos a Lizardo siempre tratando de ser el centro de atención, arrastrando a su amigo más bien reservado, pero ya en confianza entretenido y simpático contertulio. La tertulia de Miguel, gracias a sus experiencias cosmopolitas colmadas de aventuras más cercanas a las páginas de Daniel Defoe o de Herman Melville, resultaba más interesante que la de los citadinos y monótonos pasatiempos de los caballeros de levita y chistera del Club Nacional o de la Unión. Por ello, y seguramente más entre las señoritas casaderas, debió de ser popular en los salones a los que, no me cabe duda, llegó gracias a Lizardo. Prueba de la simpatía personal de Miguel es que, con los años, tendría como amigos íntimos y compadres a algunos de los hombres más influyentes y acaudalados de la sociedad limeña, como Dionisio Derteano y Echenique, Carlos Elías de la Quintana, Juan Francisco Pazos Monasi y Ricardo Ortiz de Zevallos y Tagle, VI Marqués de Torre Tagle, entre otros.

Entre Miguel y Lizardo siempre hubo una gran amistad que estuvo muy por encima de la profesión y de las rivalidades institucionales, así como de los vaivenes de la política. Sobre ello, el doctor José Agustín de la Puente, recoge una carta de Carlos Elías, gran amigo de Miguel y cuñado de Lizardo, quien publicó en el Diario de Guayaquil el 8 de octubre de 1880, estando desterrado por Piérola: “Miguel Grau le tenía cariño de hermano [a Montero], y no faltaron quienes quisieran meter cizaña entre los dos antiguos compañeros del Apurímac, pero jamás lo consiguieron. Los dos marinos estaban estrechamente unidos por lazos poderosos, habían defendido desde joven las mismas causas y el afecto entre ellos era inquebrantable. Por eso Miguel Grau quería que fuese Montero el Jefe de la Escuadra, para compartir con él las glorias de la campaña”.

De Lizardo, aunque hemos escrito sobre su vida, está pendiente realizar una exhaustiva biografía. Así lo hace notar el historiador naval y Capitán de Navío Julio Elías Murguía, en páginas de su libro Marinos peruanos en Arica. En ese texto pendiente, tendría que profundizarse el estudio de los principales hechos de su vida y las circunstancias que lo llevaron a convertirse en el marino más influyente del periodo comprendido entre la guerra con España y fines del siglo XIX. Lizardo, no nos cabe duda, contribuyó a consolidar el prestigio de la Armada en la sociedad peruana de las décadas de 1860 y 1870, periodo cuyas circunstancias políticas y militares lo convierten en uno de los más trascendentales de la vida republicana.

En relación con la cuestión Tucker, el historiador Werlich dice: “mucha de la turbulencia que se vivía entonces al interior de la Armada Peruana estaba relacionada [con] la tempestuosa personalidad de Lizardo Montero, quien había obtenido sus ascensos a Teniente Primero gracias al papel clave que desempeñó en una revolución en 1856. Pocos días después del alzamiento del Coronel Prado contra Pezet en 1865, Montero, de 33 años, que comandaba el vapor Lerzundi, se unió al movimiento y rápidamente logró el apoyo de los hombres del Tumbes. Luego Montero sorprendió y capturó a la fragata Amazonas y a la corbeta América. En un lapso de 16 meses, Montero fue ascendido a Capitán de Corbeta, a Capitán de Fragata y, por último, a Capitán de Navío. A pesar de que solo tenía 14 años de servicio, fue nombrado Comandante de la Escuadra, pasando por alto a varios Oficiales más antiguos. El Comandante Montero era un hombre de mucha energía y coraje, pero no era muy respetado por sus colegas. Este joven Oficial era voluble y vanidoso, y su ambición personal opacaba el patriotismo que tanto proclamaba. El Coronel Prado valoró y recompensó su apoyo, pero sabía de sus limitaciones y pronto comenzó a dudar de su lealtad política: José Balta, tío de Montero, había sido su principal rival por hacerse del liderazgo del gobierno. Probablemente para desembarazarse de este controversial marino, Prado mandó a Montero a Estados Unidos en comisión para comprar armas en diciembre de 1865”. Cabe resaltar que, aunque Werlich es biógrafo de Tucker y está parcializado con él, sus apuntes son de gran interés.

En 1905 falleció Lizardo en su casa de Paseo Colón, 26 años después de que su gran amigo Miguel se inmolara en Angamos.

Finalmente, en este artículo he pretendido –espero que con algún éxito– acercar al lector a las raíces de una de las tradiciones de eficiencia y prestigio profesional más caras a nuestra Marina de Guerra, y que son un referente para los Marinos, como lo es la figura de los Cuatro Ases de la Marina.

Bibliografía

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