Crónica Naval

Para los oficiales de la Marina de Guerra del Perú

CONTRALMIRANTE (F) MANUEL MORÁN MÁRQUEZ

SETIEMBRE 2022 | REVISTA DE MARINA | N° 1 2022

RESUMEN:

En 1951, el General del Ejército Venezolano Manuel Morán Acurero envió una carta a su hijo, el Contralmirante AP (f) Manuel Morán Márquez, con motivo de su ascenso a Capitán de Corbeta de la Marina de Guerra del Perú. La carta, contiene una valiosísima reflexión sobre la vida castrense desde la mirada de un militar de larga y notable experiencia.

INTRODUCCIÓN:

El Contralmirante Manuel Morán Márquez (1920-2017) fue un destacado oficial de Marina que cumplió un rol muy importante en el Servicio Industrial de la Marina (SIMA) durante las décadas del 60 y 70 del siglo pasado, época en que los índices de construcción naval alcanzaron sus más altos registros. Fue hijo de la dama peruana Carmela Márquez y del General Manuel Morán Acurero (1893-1975), militar venezolano que sirvió en el Ejército del Perú durante varios años hasta alcanzar el grado de Teniente Coronel, quien a fines de la década de los años 30 fue llamado por el gobierno de su país, para reorganizar su Ejército, llegando a ser Ministro de Defensa.
Cuando el General Morán, su esposa y sus hijos dejaron el Perú, su hijo Manuel cursaba estudios en la Escuela Naval. Años más tarde el Almirante Morán uniría su vida a la señora Wendy Elízabeth Privalte García, a quien conoció en Talara cuando prestaba servicios en el norte del país. Su familia aún continúa en la Marina. Su hijo Manuel alcanzó el grado de Capitán de Navío del cuerpo de Sanidad Naval -hoy en retiro- y actualmente su nieto es Capitán de Corbeta de nuestra Institución.
Tuve la suerte de conocer al Almirante Manuel Morán, y conversar largo sobre la Marina de su tiempo. Amenas conversaciones con tan distinguido oficial y caballero.
En el año 1993, el Almirante Manuel Morán -en retiro desde 1975- publicó en la Revista de Marina la transcripción de una carta que le dirigiera su padre desde Venezuela, cuando aquel ascendió al grado de Capitán de Corbeta el 11 de febrero de 1951. En el texto, el General Morán le transmite un extraordinario y aleccionador mensaje al entonces Teniente Primero Manuel Morán haciéndole ver la gran importancia que tiene en la carrera el ascender al grado de Capitán de Corbeta, es decir convertirse en Oficial Superior, o Jefe, como se le decía en aquella época. Quienes hemos ascendido alguna vez a ese grado, sabemos del gran impacto que tiene cuando se nos empieza a llamar “Comandante”, y al tiempo que vamos experimentando el empoderamiento en el servicio que trae consigo esa promoción.
Desde hace varios años he adoptado como práctica en las dependencias y unidades que me ha tocado servir, entregar una copia del citado artículo, a los Tenientes Primero que ascienden a Capitán de Corbeta.
Me propuse con ello darles a conocer a los nuevos Oficiales superiores, un valiosísimo texto, que estoy seguro -si tienen la madurez necesaria- sabrán valorar, y reflexionar sobre su leitmotiv, que tiene tanta vigencia hoy como hace 71 años cuando fue escrito.
Recomiendo a los Comandos de la Institución, fomentar entre los oficiales del grado de Capitán de Corbeta que tienen bajo sus órdenes, la lectura de tan valioso documento, como en su momento lo puso a disposición de los Oficiales de Marina su destinatario, el Contralmirante Manuel Morán Márquez.

Contralmirante Juan Carlos Llosa Pazos

TESTIMONIO

Como desprendiéndose de un tesoro entrañable, el Contralmirante AP (r) Manuel Morán Márquez nos envía una significativa nota y, con ella, una carta que le enviara su padre, el General del Ejército Venezolano Manuel Morán Acurero. La misiva lleva la fecha 11 de febrero de 1951 y la recibió cuando entonces ostentaba el grado de Capitán de Corbeta de la Marina de Guerra del Perú.
En la presente edición, la Revista de Marina publica la nota que nos envía el Contralmirante en retiro y la carta del General Morán Acurero, ya que ambas portan trascendentes mensajes para los marinos de hoy, y de evocación para los oficiales que sirvieron a nuestra institución.
Es relevante la carta puesto que testimonia también la tradicional relación profesional entre nuestras instituciones y la entrañable hermandad entre el Perú y Venezuela.
En el curso de esta brillante trayectoria profesional, cuando está alcanzado los más altos grados en nuestro Ejército Peruano, el General Morán es llamado por el presidente de la República de Venezuela para encargarle la organización del Ejército Venezolano. Al acceder al grado de General, ocupa el cargo de ministro de Defensa de su país. Al Contralmirante Morán, las expresiones de gratitud por este altruista gesto. A continuación, los inéditos documentos.
42 años he guardado celosamente, y como un catecismo militar, la carta que me escribió mi papá, el señor General del Ejército Venezolano Manuel Morán Acurero, cuando ascendí al grado de Capitán de Corbeta de nuestra querida Marina de Guerra del Perú, en circunstancias en que me encontraba en Annapolis, Md, estudiando en el P.G de la Marina de Guerra de EE.UU.
Ahora, en el ocaso de mi vida, quiero compartir esta carta con mis colegas oficiales de todo grado de nuestra Marina, porque considero que es una lección de moral militar importante en cualquier época que vivamos.
Permítanme así rendir homenaje a la figura del señor General don Manuel Morán, en el centenario de su nacimiento, como extraordinario padre y gran figura militar.

Contralmirante (r) Manuel Morán Márquez

Mi muy querido hijo:

Tuve el gusto de recibir tu grata última y el cablegrama del 3, con motivo de mi cumpleaños. Te agradezco a ti, a Wendy y a mis nietecitos, el recuerdo que de mí hicieron. Él vino a llenar en parte el vacío actual de nuestro hogar, hoy que estamos tan dispersos a través del continente.
Yo, a mi vez, tuve la enorme satisfacción de enviarte nuestras felicitaciones por tu ascenso, en cablegrama del mismo día 1° del actual. Te reitero esas felicitaciones. Como tu padre y como jefe militar, me enorgullece tu carrera, aunque, para decirte íntimamente la verdad, no me extraña que hayas alcanzado tan rápida y justicieramente el primer peldaño de la altura de jefe. Y es que tengo plena convicción de tus méritos, sin que estos sean exagerados por el amor de padre. Así como eres, así como estás subiendo, así lo soñé cuando aún eras niño, cuando puse en tu educación, junto con Carmela, todos mis esfuerzos y desvelos, para hacerte un hombre digno de un hogar honorable, un hombre útil a los suyos y útil a su patria. Quise que tú fueras un modelo en todos los órdenes de la vida, y doy a Dios gracias que acerté en todo y que Él me haya dado vida para ver realizados mis más caros anhelos. Quise que fueras como eres y que sirvieras al Perú como lo sirves, porque deseaba dar a tu patria, que es también la mía por adopción, el fruto más preciado, la obra más acabada de mi ser, en prenda de mi gratitud y hombría de bien, porque no podré olvidar jamás mi vida en este país, donde están mis afectos y al que también he servido con lealtad, entusiasmo y cariño.
Pero todo lo brillante, hijo mío, tiene también su reverso, que muchas veces llega a ser ingrato. Has salido de la escala de oficial subalterno y entrado en una etapa nueva de la vida militar o naval. Y aquí comienzan las dificultades. El oficial subalterno todo lo ve color de rosa, con optimismo exagerado, con noble ambición de superarlo todo, creyendo que es sumamente fácil salvar todas las deficiencias y alcanzar todos los progresos. Él toma para sí todos los éxitos y culpa siempre a sus superiores de todos sus fracasos. Se erige en juez amargo e implacable y piensa que solo su criterio es recto, que su jefe es apocado o impreparado, que al subir él a escalones superiores de su carrera subsanará todos los errores y promoverá todos los adelantos. Sin embargo, nada es más incierto que tal criterio. Obedecer es enormemente fácil; en cambio, mandar es harto difícil. A medida que uno va obteniendo mayor grado, las dificultades se aumentan y se pone en juego el prestigio por el más somero motivo. Entonces comienza uno a ver que no es fácil progresar, que obstáculos de todo orden se interponen al logro de nuestras más santas ambiciones, y que las responsabilidades crecen en proporción geométrica. Eso no se comprende sino cuando uno ha llegado. El llano es fácil recorrerlo; la subida fatiga y lleva a lo desconocido tras de la cumbre; al llegar a esta, casi se tropieza uno con la ingratitud, con la incomprensión, con la deslealtad. Hay, por lo tanto, que luchar con ahínco, con fe para triunfar, o por lo menos para obtener la íntima satisfacción de la propia conciencia.
Nada te puede guiar mejor en el proceso de tu carrera que poner en ella la mayor consagración al servicio. Esa es la suprema virtud militar propiamente dicha, ya que el patriotismo no es exclusivo de la carrera de las armas, sino que debe gobernar todos los corazones. Tú puedes desempeñar tu papel de jefe a cabalidad; pero no olvides que a partir de ahora no va a ser el entusiasmo juvenil la fuerza que debe animarte, sino el sentido más completo de la responsabilidad en el gobierno de otros hombres que, aunque de ti dependan, serán jueces implacables de tus actos. Para asumir esa responsabilidad tienes tu hombría y el valor que te da un apellido que llevas con honor.
Un beso para Wendy y para cada uno de los nietecitos; y para ti, junto con otro beso, un abrazo de tu padre.

Tuve el gusto de recibir tu grata última y el cablegrama del 3, con motivo de mi cumpleaños. Te agradezco a ti, a Wendy y a mis nietecitos, el recuerdo que de mí hicieron. Él vino a llenar en parte el vacío actual de nuestro hogar, hoy que estamos tan dispersos a través del continente.
Yo, a mi vez, tuve la enorme satisfacción de enviarte nuestras felicitaciones por tu ascenso, en cablegrama del mismo día 1° del actual. Te reitero esas felicitaciones. Como tu padre y como jefe militar, me enorgullece tu carrera, aunque, para decirte íntimamente la verdad, no me extraña que hayas alcanzado tan rápida y justicieramente el primer peldaño de la altura de jefe. Y es que tengo plena convicción de tus méritos, sin que estos sean exagerados por el amor de padre. Así como eres, así como estás subiendo, así lo soñé cuando aún eras niño, cuando puse en tu educación, junto con Carmela, todos mis esfuerzos y desvelos, para hacerte un hombre digno de un hogar honorable, un hombre útil a los suyos y útil a su patria. Quise que tú fueras un modelo en todos los órdenes de la vida, y doy a Dios gracias que acerté en todo y que Él me haya dado vida para ver realizados mis más caros anhelos. Quise que fueras como eres y que sirvieras al Perú como lo sirves, porque deseaba dar a tu patria, que es también la mía por adopción, el fruto más preciado, la obra más acabada de mi ser, en prenda de mi gratitud y hombría de bien, porque no podré olvidar jamás mi vida en este país, donde están mis afectos y al que también he servido con lealtad, entusiasmo y cariño.
Pero todo lo brillante, hijo mío, tiene también su reverso, que muchas veces llega a ser ingrato. Has salido de la escala de oficial subalterno y entrado en una etapa nueva de la vida militar o naval. Y aquí comienzan las dificultades. El oficial subalterno todo lo ve color de rosa, con optimismo exagerado, con noble ambición de superarlo todo, creyendo que es sumamente fácil salvar todas las deficiencias y alcanzar todos los progresos. Él toma para sí todos los éxitos y culpa siempre a sus superiores de todos sus fracasos. Se erige en juez amargo e implacable y piensa que solo su criterio es recto, que su jefe es apocado o impreparado, que al subir él a escalones superiores de su carrera subsanará todos los errores y promoverá todos los adelantos. Sin embargo, nada es más incierto que tal criterio. Obedecer es enormemente fácil; en cambio, mandar es harto difícil. A medida que uno va obteniendo mayor grado, las dificultades se aumentan y se pone en juego el prestigio por el más somero motivo. Entonces comienza uno a ver que no es fácil progresar, que obstáculos de todo orden se interponen al logro de nuestras más santas ambiciones, y que las responsabilidades crecen en proporción geométrica. Eso no se comprende sino cuando uno ha llegado. El llano es fácil recorrerlo; la subida fatiga y lleva a lo desconocido tras de la cumbre; al llegar a esta, casi se tropieza uno con la ingratitud, con la incomprensión, con la deslealtad. Hay, por lo tanto, que luchar con ahínco, con fe para triunfar, o por lo menos para obtener la íntima satisfacción de la propia conciencia.
Nada te puede guiar mejor en el proceso de tu carrera que poner en ella la mayor consagración al servicio. Esa es la suprema virtud militar propiamente dicha, ya que el patriotismo no es exclusivo de la carrera de las armas, sino que debe gobernar todos los corazones. Tú puedes desempeñar tu papel de jefe a cabalidad; pero no olvides que a partir de ahora no va a ser el entusiasmo juvenil la fuerza que debe animarte, sino el sentido más completo de la responsabilidad en el gobierno de otros hombres que, aunque de ti dependan, serán jueces implacables de tus actos. Para asumir esa responsabilidad tienes tu hombría y el valor que te da un apellido que llevas con honor.
Un beso para Wendy y para cada uno de los nietecitos; y para ti, junto con otro beso, un abrazo de tu padre.

Manuel Morán

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